La fragilidad, igual que la confianza es un constructo.
El cerebro construye una idea de mundo. Cada idea se expresa a través del modelo interno. Formando parte de un organismo viviente, que contiene un aprendizaje biológico.
Mis temores no son los tuyos. Aunque podrías contagiarte y yo de los tuyos. El temor puede ser a algo concreto, o a veces, al mismo hecho de temer.
Bueno, «míos» (temores me refiero) cuando soy consciente de ellos, lo parecen. Yo (consciente) no los construí. Si hubiera podido elegir, no los hubiera adoptado. El comandante en jefe (mi cerebro) me ayudó.
Ese comandante quiere ayudarnos, pero a veces, no tiene la mejor información, ni contexto (lo segundo tampoco lo elegí).
No le voy a culpar. ¿De qué serviría? Tampoco victimizarme ¿De qué serviría?
Por otro lado, cerca de la fragilidad, se halla la confianza. Bendita sea. He elegido la palabra bendita, aunque podría haber escrito otra menos creyente. Da igual.
Fragilidad y confianza, dos caras de la misma moneda. Si sale cruz, no puede salir cara. Aunque, la una sin la otra no pueden coexistir.
Que faena,
A lo que iba, la confianza, si esa, la cara que nos permite emprender acciones a pesar de la incertidumbre.
Todo lo que evitamos, confirma el temor y reafirma la fragilidad. Nos resta confianza. Se promueve la evitación, y «todo lo que se repite, se repite» (No estoy insultando tu inteligencia).
Para librarnos del temor, al principio, se necesita una pizca de seguridad, y al menos, intuir que las consecuencias de enfrentarlo no serán catastróficas.
Para ello, hay un camino. Podar y plantar nuevas semillas (ideas, pensamientos) sin olvidar que hay que arar la tierra (trabajar tu conjunto, cuerpo-mente-autoconciencia).
Si te olvidas de una, estás renunciando a una parte de ti.
Un abrazo.